Reflexiones sobre una frase terrible: «Hay una guerra de clases, y la estamos ganando los ricos»(Warren Buffett)
Es momento de una ética de la responsabilidad incondicional que acabe con esta sensación de “responsabilidad de nadie” de que hablaba Hanna Arendt. Es momento de un despertar colectivo. Es el momento de repensar 1789.

Warren Buffett. Wikipedia.
Como había que empezar por algún lugar, hemos decidir partir
de un texto que describe un contexto muy actual. Hemos tomado una frase de
Warren Edward Buffett – ciudadano con una fortuna personal estimada en 58 mil
millones de dólares de manera que Forbes lo designó como la persona más rica
del mundo a partir del 11 de febrero de 2008- que refleja la realidad de
Occidente, de Europa y de España: “Por supuesto que hay lucha de clases y los
ricos estamos ganando”. Por otra parte, el ministro Ruiz-Gallardón no tiene
empacho en decir que “gobernar es repartir dolor”.
1. El anti-diario de Zygmunt Bauman
En la obra titulada “Esto no es un diario”, Bauman refleja sus reflexiones
desde septiembre de 2010 hasta marzo de 2011.
Miguel de las Heras, director de “Intelecta”, desarrollaba en octubre de 2012
unas interesantes reflexiones sobre la mencionada obra de Bauman que nos pueden
servir de frontispicio para nuestros primeros análisis. De las Heras remarcaba
la existencia de algunas frases en las primeras páginas del libro que
sintetizan grandes ideas que determinan la sociedad de nuestro tiempo
Sobre los límites epistemológicos: “Las cosas fluyen demasiado deprisa como
para que propicien esperanza alguna de darles alcance”.
Sobre el nihilismo atrágico de nuestro tiempo: “Nuestra época destaca por
pulverizar todo, aunque nada tan a fondo como la imagen del mundo…” aunque una
cierta suerte de horror vacui queda reflejado en “la lucha desesperada por
encontrar tierra firme bajo los pies”.
Sobre el determinismo social, derivado del perverso darwinismo social (quien le
iba a decir al buen Darwin que sociólogos, economistas y políticos utilizaría
su obra con fines sutilmente criminales), que impregna la doctrina
económico-social del neoliberalismo: “responder con un rotundo y acérrimo “No
hay alternativa” a las quejas y las protestas de sus súbditos que no ciudadanos
(porque la ciudadanía se diluye en el líquido pestilente que caracteriza a la
nueva sociedad) , cada vez más confundidos y asustados; eso, claro está, si se
dignaban en responder en vez de devolver al remitente las peticiones de ayuda
“Ayúdenme”, “Hagan algo” con un aviso de “Dirección errónea” o “Destinatario
desconocido” estampado en el sobre…
Sobre el oportunismo y la demagogia política a la hora de (re)crear comunidades
imaginarias creando “otra atracción que tenga iguales probabilidades de atraer
miradas antes de que estas se dirijan hacia lo que de verdad importa: hacia
aquellas cosas sobre las que los gobernantes no pueden ni quieren hacer nada
verdaderamente importante” o “araron y fertilizaron el terreno para las
posteriores cosechas fundamentalistas y tribales… La tierra así labrada y preparada
es una tentación para conquistadores aventureros a los que pocos políticos
aspirantes al poder serán capaces de resistirse”
Como dice de las Heras, suena todo peligrosamente familiar…
2. Los efectos visibles
El turbo-capitalismo ha provocado burbujas, primero en los Estados Unidos y en
Europa y ahora también en países emergentes como Brasil, que arde socialmente
por los cuatro costados.
Cuando estas burbujas estallaron, los gobiernos salvaron a los bancos con los
impuestos de las clases medias. Los recortes, las políticas de austeridad, esa
montaña de eufemismos para nombrar políticas que despojan a las clases medias,
aumentan la brecha de la desigualdad social: poco queda ya de aquel sueño de la
igualdad de oportunidades, y hoy los muy ricos ostentan su influencia con
desfachatez. Acumulan el crédito que les sirven barato sin el mínimo
efecto-goteo. Así es que funciona la economía de casino: la banca siempre gana.
Los recortes no son necesidades presupuestarias, sino una cruda guerra
ideológica. Los ricos supieron mucho antes que las clases medias que la guerra
de clases nunca se interrumpió pero sí que su epicentro se había desplazado.
Ciertamente, la lucha de clases ha desplazado su centro de gravedad. Ya no hay
lucha de clases entre burguesía y proletariado. No. Hemos retornado a 1789, a
las condiciones objetivas que se dieron en Francia en los meses de mayo y junio
de 1789. La próxima lucha, social y política, será entre clases medias y una
oligarquía minoritaria de gentes muy ricas. Y esa revolución será necesaria en
la medida que los gobiernos se alejen cada vez más de sus representados.
La crisis ha evidenciado que “la jerarquía de clases es la columna vertebral
del capitalismo”. No parece viable, como se pensó en Europa en las décadas de
los sesenta, setenta, ochenta e incluso noventa, un capitalismo popular. La
mejor muestra la tenemos en el país arquetípico del capitalismo: Estados
Unidos. Allí el 5% más rico acumula los mismos ingresos que el 80% más pobre.
Y, aunque es cierto que la desigualdad entre países ha disminuido en los
últimos años, paralelamente aumenta la desigualdad dentro de los propios
países, tanto en los países más ricos como en las emergentes. Surge así un
cuarto mundo de pobreza en el seno de una opulencia de menor extensión y
volumen pero con mayor peso, esto es mucho más concentrada. Las burbujas fueron
alentadas por empresarios, banqueros y políticos que se rindieron al crédito
cuando la pérdida salarial de las clases medias comenzó a frenar la rueda del
consumo. “El precio de la fugaz orgía del ‘disfrútelo ahora, páguelo después’
se cobra en forma de vidas rotas, malgastadas y perdidas”. Daños colaterales;
individuos prescindibles.
Desahuciados, desplazados, marginales.
3. Modernidad líquida y sociedad de consumidores
En la modernidad líquida, la sociedad de productores dio paso a la sociedad de
consumidores, y no hay ya ni la vieja conciencia de clase ni tampoco el tan
pregonado espacio para la solidaridad. El individuo debe resolverse solo las
necesidades que antes le cubría el Estado, y antes de él, la comunidad. La
incertidumbre se cierne sobre los seres humanos en este ‘período de interregno’
en que lo viejo no sirve ya, pero lo nuevo no termina de nacer: agonizan los
estados-nación, pero aún no se ha configurado una nueva comunidad global.
En la sociedad de consumidores, sólo nuestra capacidad de consumo nos salva de
ser completamente desechables. El capitalismo lo ha transformado todo en
mercancía: los trabajadores, la educación y hasta la moral. En la modernidad
líquida, el olvido se impone con rapidez y en ella no se comprende: se obedece.
Nuestra modernidad impone su orden y progreso, medido en un crecimiento que se
calcula en aumento de la producción material, crecientemente fungible, y de los
servicios más espurios (véase Euro Vegas como paradigma) y no de servicios como
la salud, la cultura, el ocio sano, el deporte (no hablo de futbol, claro),
etc.
Se nos insta a ser egoístas y materialistas: es esencial para que la economía
funcione. El sistema genera desperdicio –la basura es un concepto eminentemente
moderno: en las economías campesinas todo se reciclaba-, no sólo de carácter
material, sino también y principalmente desperdicio humano. Seis millones de
parados en España son buena prueba de ello y el gobierno, elegido por las
clases medias, se limita a hablar de tímidos avances macroeconómicos aún por
consolidar y disimula vergonzante el problema principal.
4. El necesario despertar colectivo
¿Qué hacer, entonces? Tal vez, dice Bauman, la pregunta sea más bien quién
puede hacerlo. El sociólogo no se deja caer en el pesimismo por imperativo
moral: “El derrotismo y la desesperanza, aun cuando estén lógicamente
justificados, son moralmente incorrectos”, pues nos condenarían al inmovilismo.
Es momento, cree el autor, de asumir la falsedad del mito de que es posible un
crecimiento ilimitado en un planeta de recursos finitos. Es momento de una
ética de la responsabilidad incondicional que acabe con esta sensación de
“responsabilidad de nadie” de que hablaba Hanna Arendt. Es momento de un
despertar colectivo. Es el momento de repensar 1789.